El expresidente del Bundesbank Karl Otto Pöhl solía decir que la inflación es como la pasta de dientes: una vez está fuera del tubo, es muy difícil volverla a meter. España lleva meses comprobando en carne propia la veracidad de esa frase, y todavía puede quedarle alguno más. Según el dato adelantado del Instituto Nacional de Estadística, los precios subieron en febrero un 7,4% respecto al año anterior, su mayor nivel desde julio de 1989, hace más de tres décadas, y por encima del 6,1% de enero, cuando reculó ligeramente.
La escalada era esperada: en febrero de 2021 los precios de la energía se desplomaron gracias a los fuertes vientos, la tregua del mercado del gas y unas temperaturas más cálidas, por lo que la comparación con febrero de 2022, cuando la gasolina ha tocado máximos históricos y la electricidad sigue en cotas históricamente altas —este lunes despide el mes en 277 euros el megavatio hora, su precio más alto en lo que va de año—, ha sido determinante para empujar la inflación al alza con una fuerza que hacía tiempo no se veía, aunque el INE también menciona un efecto contagio a los precios de los alimentos y bebidas no alcohólicas. La inflación subyacente, que elimina del índice de precios los alimentos no elaborados y los productos energéticos a causa de su volatilidad, también sube, del 2,4% al 3%.
La misma lógica de ese efecto comparación con el año pasado hacía pensar a los analistas que febrero podía marcar un punto de inflexión y convertirse en el del esperado techo de la inflación: en marzo de 2021 empezó la carrera inflacionista que todavía dura, y resulta más complicado que los precios suban frente a un mes que ya ha registrado incrementos que ante otro donde ha sucedido lo contrario. Sin embargo, el dolor de cabeza para autoridades y bancos centrales amenaza con prolongarse: la invasión rusa de Ucrania, y sus consecuencias en forma de ascensos meteóricos del gas natural y del petróleo —este por encima de los 100 dólares, máximos de ocho años— han puesto en duda todas las previsiones, elaboradas sin tener en cuenta ese escenario adverso. “La caída de la inflación general que se iba a producir desde abril puede que se retrase debido al conflicto bélico”, advierte Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano Partners.
El encarecimiento del coste de la vida en España es similar al de sus socios europeos y al de otros países desarrollados como EE UU. Todos ellos están padeciendo las consecuencias de los altos precios de la energía y de una crisis de suministros provocada por la alta demanda, los parones de las fábricas asiáticas por contagios puntuales, la falta de espacio en los barcos, los atascos en los puertos, la carencia de chips, y la falta de camioneros y trabajadores portuarios.
La narrativa del Banco Central Europeo ha sostenido durante meses que la inflación es transitoria, alegando que los precios de la energía se estabilizarían y los cuellos de botella se disiparían a lo largo de 2022. Y replicaba a los que reclamaban subidas de tipos que estas no son efectivas ante un shock de oferta como el actual. Ahora, la posibilidad de más inflación por los efectos colaterales de la guerra eleva la presión sobre la entidad, pero a la vez, el riesgo de que la recuperación no sea tan robusta en un escenario bélico le da un argumento de peso para no tocar los tipos de interés. Así lo cree De la Torre. “La incertidumbre generada por la guerra hará que los bancos centrales sean más suaves en las subidas previstas de tipos”.
La decisión rusa de iniciar una contienda a las puertas de la Unión Europea abre un nuevo universo de vacilaciones y dudas a un entorno económico no exento de ellas tras dos años de pandemia. El país es un actor clave en el flanco energético: suministra un tercio del gas natural que recibe Europa, y está a cargo de alrededor del 10% de la producción mundial de petróleo. Está por ver el impacto de las sanciones en los precios del gas natural y el petróleo, y si dada la dependencia energética europea, el Kremlin utiliza de algún modo como arma su control de ambas materias primas, aunque en contra de esa posibilidad juega que le proporciona una lucrativa fuente de ingresos en un contexto de aumento del gasto militar, hundimiento de su moneda e imposibilidad de disponer de cerca de la mitad de sus reservas por la congelación de activos del banco central ruso.
Hay otras consecuencias. La inestabilidad ha empujado la cotización del dólar —tradicional valor refugio— frente al euro en el mercado de divisas, lo que puede encarecer las importaciones europeas en esa moneda. Y los ganaderos españoles también temen que se disparen los precios de los cereales que compran a Ucrania, uno de los principales proveedores, o que directamente se corte el suministro.
En Europa todavía no se perciben los temidos efectos de segunda ronda, esto es, una traslación de las subidas de precios a los salarios que provoquen una espiral difícilmente controlable. En España, a diferencia de lo que sucede en EE UU, la elevada tasa de paro actúa como freno a esa tendencia. Pero hay quien considera que si no se ataja el fenómeno, puede ser cuestión de tiempo. La inflación llama a la inflación. “Cuanto más tiempo permanezca elevada, mayor será el riesgo de que arraigue a través de las expectativas y la dinámica salarial”, apunta Silvia Dall’Angelo, economista senior de Federated Hermes.
Fuente: El País